La última cena (Meditemos sobre ello)

Hijos míos amados, no creo que ahora tengamos que discutir si esta última cena se tenía que haber hecho en la casa del presidente del gobierno o en la sede principal del representante de nuestra asociación en España. Yo creo que debería haber sido en la casa del presidente, pero bueno. Lo que sí espero es que el presidente le haya transmitido el malestar que una gran mayoría de la población española siente por la injerencia de muchos de mis asociados remunerados.
(¿Quién pago la cena, saldría a más de 100 euros por cabeza? Me he quedado impresionada por el menú, cómo han cambiado las cosas desde cuando yo vivía en la tierra.)
Sabéis qué es lo que ha dicho el presidente, pero no os han dicho qué es lo que dijo el nuncio. Debéis pensar que el presidente lo que ha hecho es poner las cosas en su lugar, al pedir al jefe supremo mundial de nuestra asociación que cese la intromisión de los asociados remunerados en la política que el gobierno de un estado soberano está haciendo. Las decisiones criticadas tan injustamente por la Asamblea de Asociados Remunerados (vosotros lo llamáis Conferencia Episcopal) emanan del parlamento español, es decir, de los representantes mayoritarios del pueblo y de la democracia activa y en ejercicio. La Asamblea de Asociados Remunerados debe, ya de una, respetar la separación Asociación-Estado para promover la tolerancia, la armonía y la paz social. Evidentemente han ejercido una libertad de expresión que les garantiza el propio sistema democrático, pero mediatizada por una clara orientación hacia las opiniones de un sector de la población española, a la cual pertenecen y defienden perdiendo, de paso, toda credibilidad como poder de mediación imparcial dentro de vuestra sociedad.
Nuestra asociación parte de un principio que se ha desvirtuado con el paso de los siglos. Nuestra asociación en los tiempos romanos antiguos delegó en Pedro para la dirigiera, pero sin entrometerse con el destino de todos los mortales. Pero todo esto con el tiempo se fue olvidando y ahora les cuesta, después de tantos siglos, cambiar y dejar el poder porque sí, un poder que mis asociados más maquiavélicos dicen que emana de los que estamos aquí arriba y esto no es verdad. Los que estamos aquí nunca hemos pedido nada, son los purpurados los que no paran de pedir, cual si fueran pobres o tuvieran necesidades vitales. Reconozco que hay algunos a los que hubiéramos tenido que jubilar ya por hacer declaraciones tan infantiles como malévolas. Evidentemente echan de menos otros tiempos en los que reflexionaban introspectivamente junto a los opresores del pueblo. En esas ocasiones os decían, para disimular, que la recompensa celestial era para los pobres, pero omitían que para ellos y los ricos era la vida presente.
Queridos asociados remunerados: debéis de devolver al pueblo el poder que a éste le pertenece y que vosotros heredasteis ilegítimamente de los imperios antiguos. Debéis de comprender que vuestro lugar está debajo de la soberanía de los estados y del pueblo y comenzar ya el tránsito desde tiempos pasados hasta la actualidad, aunque os cueste mucho sacrificio.
Y os repito, la gran mayoría de problemas se solucionarían de una forma muy simple pero que no queréis aceptar. Cada fin de semana, según las estadísticas que tenéis, acuden a las asociaciones unos diez millones de personas. Si les hicierais pagar un euro por persona, que no parece una cantidad excesiva y ciertamente pequeña para muchos de nuestros asociados, al final del año tendríamos más de ocho mil millones de euros. De esta forma se acabarían muchos de nuestros problemas y nadie nos preguntaría cuánto tenemos ni cómo nos lo gastamos, porque el dinero sería solamente nuestro y podríamos hacer y decir lo que quisiéramos. Pero mientras nos financien deberíamos mantenernos neutrales en las cuestiones de gobierno civil.
¿Delicias de calabacín y alcachofas sobre salsa de albahaca? ¿Lomo de merluza estofado a la vainilla? ¿Tabla de quesos? ¿Mousse de lima con gelatina de té de jazmín? ¿Ribera, Albariño y Champán? Menos mal que aquí arriba no existe el hambre...