Yo tuve que huir a Egipto (Meditemos sobre ello)

Las cosas sucedieron así, por si lo habéis olvidado: por fin Herodes se canso de esperar. Y, dándose cuenta de que los Reyes Magos le habían pegado el esquinazo mando matar a todos los chiquitos que tuvieran menos de dos años de edad, nacidos en Belén y sus aledaños. Suponía que en la matanza caería el futuro Rey de Israel y que de esa manera aseguraba su permanencia en el trono. Herodes era un bestia. Antes de que llegaran los soldados de Herodes a Belén, José dormía en la casita que ocupábamos los tres. Vino y me dijo que había tenido una pesadilla y que debíamos irnos corriendo a Egipto porque Herodes andaba buscando a mi Hijo para matarlo. Acomodamos el equipaje, ensillamos al burro y salimos hacia Egipto. Tomamos un camino poco transitado, a fin de despistar a los soldados. Por allí no pasaba casi nadie, porque culebreaba entre montañas y cortaba por lo peor del desierto. Dejaba las poblaciones a un costado y no había en todo el trayecto ni una fonda. Nada habéis sabido de lo que ocurrió en esa fuga larga y penosa. Cada vez que oíamos algún galope a lo lejos, previendo que pudieran ser los soldados, nos apartábamos de la ruta, escondiéndonos entre las piedras y los matorrales. Pocos sabéis que en ese viaje, fuimos asaltados por una banda de ladrones y que, en la guarida de estos, yo misma curé al hijo del jefe, que estaba enfermo y que muchos años más tarde nos dimos cuenta que era Dimas, el Buen Ladrón que moriría junto a mi Hijo. Por fin cruzamos la frontera y a partir de allí llegamos a Egipto sin novedad. Instalados en Egipto la vida para nosotros fue muy dura. No teníamos dinero porque el oro que los Magos regalaron a mi Hijo era apenas un puñado simbólico. Además no conocíamos a nadie y los egipcios miraban con recelo a los judíos, con los cuales mantenían viejas contiendas. José instaló su tallercito de carpintería y, como era trabajador y hábil en su oficio, se fue haciendo con una clientela. Judíos como nosotros fueron nuestros primeros clientes pero, al ver que en el taller las cosas se hacían bien, algunos egipcios terminaron por acercarse para encargarnos trabajos. Y mientras José trabajaba yo me encargaba de cocinar, de hacer las compras, barrer el patio, cultivar algunas verduras y, sobre todo, de cuidar a mi Hijo, alimentarlo, cambiarle los pañales y cantarle viejas canciones, por lo bajo, para que se durmiera. Pasó mucho tiempo hasta que volvimos a nuestra tierra. Nos enteramos de que Herodes había muerto y volvimos a cargar el burro y emprendimos el camino de vuelta. Pero a la vuelta nos instalamos en Nazaret.
Os recuerdo este momento de mi vida para que reflexionéis sobre cómo estáis tratando a los inmigrantes que vienen en busca de una mejor vida, huyendo de la guerra, del hambre y de la miseria. Mis asociados hacen declaraciones terribles y proponen planes que se basan en la falta de solidaridad y caridad con los desfavorecidos. Por ejemplo, las declaraciones de un miembro de mi asociación que dice que “ya no hay camareros como los de antes”, ya que no existe una mano de obra “tan cualificada”. Que tome ejemplo de cómo nos costó a nosotros montar el negocio en Egipto y poder sobrevivir. ¿Es que lo hacíamos mal o el que vivía allí nos miraba con recelo y por tanto no pensaba que trabajábamos bien? La cualificación de las personas no se puede medir por un rasero tan simple como el hecho de que te sirvan bien un café. Más espantada estoy con lo que dijo sobre la sanidad y la salud. Yo misma curé a un enfermo que era el hijo de un ladrón que nos acababa de dejar sin nada. Los inmigrantes en España lo único que han descubierto es que tienen derecho como ciudadanos del mundo a vivir una mejor vida y, por lo tanto, a trabajar como esclavos para poder conseguirlo. Esto es lo que han descubierto y no las grandezas del sistema sanitario. Es poco ético el comentario de “alguien que para hacerse una mamografía en Ecuador tiene que pagar el sueldo de nueve meses, viene aquí a urgencias y tarda un cuarto de hora”.
Y reflexionemos ahora un poco sobre el contrato que se quiere hacer firmar a los inmigrantes para que puedan trabajar en vuestro país. Yo que siempre he sido una madre amantísima de los más desfavorecidos, de los desamparados y los abandonados, se me ocurre que en el programa electoral de los que dicen servirme y respetarme también debería aparecer un contrato que, siguiendo la misma línea, estuviera dirigido a los que os vais de vuestro país a hacer negocios al extranjero. Sería correcto que se obligara a comprometerse a las grandes empresas, esas que habéis montado y que nuestra asociación tiene estrechos vínculos con algunas de ellas, a aprender el idioma del país en el que se instalen, pero no el inglés, sino las lenguas de los indígenas; estaría bien que os obligaran a firmar un contrato que os comprometiera a respetar y asimilar las costumbres de los sitios de llegada. Así, si en el medio del amazonas la costumbre es construir casas con palos y vegetación del lugar..., lo de vivir en mansiones nada de nada. Y Por supuesto, si se incumple la ley: expulsión. La ley de protección de la Biodiversidad, protocolo de Bali, etc. Y no quiero hacer mención profunda a la explotación infantil.
Hijos míos amados lo que estáis proponiendo con los inmigrantes es xenófobo, excluyente, racista, electoralista, superfluo y vacío de contenido ya que ellos cuando vienen aquí cumplen las leyes, como debe de ser. Y sobre el catálogo de buenas costumbres, ¿a qué se refieren mis asociados más populares? ¿A jugar al pádel, a esquiar, a comer marisco en cuaresma, a tener un mercedes descapotable, a ir a fiestas en París para ver que ha cosido un modisto de moda? Es penoso hijos míos que el miedo la desconfianza y la uniformidad sean objetivos de vuestra acción política.